Cuando la política se vuelve espectáculo

Por MaGa
Vivimos tiempos en los que la política ha dejado de ser el arte de gobernar para convertirse en una puesta en escena: un espectáculo mal producido, donde los protagonistas carecen de preparación, sensibilidad y decencia para interpretar siquiera el papel de servidores públicos.
Ya no se habla de proyectos serios, de propuestas estructuradas ni de soluciones reales. Hoy, la política parece girar en torno a la imagen: fotos con filtro, frases vacías y discursos elaborados por asistentes que desconocen el contexto de las comunidades a las que supuestamente se sirven. Lo que debería ser un acto de responsabilidad se ha transformado en una pasarela de egos, una serie de eventos donde algunos funcionarios se pavonean entre aplausos comprados, fingiendo un compromiso que en la práctica es inexistente.
El ejemplo está a la vista en diferentes niveles de gobierno, donde varios servidores públicos improvisados, sin la experiencia ni el conocimiento necesario, ocupan cargos por amiguismo, por azar o simplemente por «probar suerte en la política». Personas que no entienden el área que dirigen, pero que dominan el arte de posar para la cámara, de llenar las redes sociales con publicaciones llamativas, pero vacías de contenido y sin impacto real.
La política así no sirve. La política como simulacro es una burla, una ofensa para quienes sí trabajan, para quienes sí necesitan, para quienes viven con miedo, con carencias, con rabia. Mientras los problemas reales crecen —la inseguridad, la falta de servicios, el abandono de comunidades— ellos están demasiado ocupados actuando para un público cansado, que ya no aplaude.
Es penoso. Pero más penoso aún es que lo permitamos. Que sigamos tolerando esta mediocridad disfrazada de juventud, esta improvisación adornada con discursos reciclados, esta política de escaparate que ignora al ciudadano.
La reflexión es simple: no basta con verse bien en una foto. No basta con ocupar un cargo. Hay que merecerlo. Hay que entender que cada decisión tomada —o no tomada— afecta vidas reales. Que gobernar no es un ensayo ni una práctica escolar. Es responsabilidad, es compromiso, es servicio.
Y si no lo entienden… deberían bajarse del escenario.